lunes, 24 de agosto de 2009

Trópico

Todo iba xupiriflástico en villa Maravilla. No había una nota desafinada en la calle Castañer, paradójicamente, desde el principio no hubo sino orden. Hasta los excrementos parecían oler bien. Todo estaba clasificado y distribuido por colores, tamaños y sabores. Todo lo que se dejaba de usar, inmediatamente volvía a su sitio, y ni una mota de polvo en toda la casa había. Mis padres estaban orgullosos de nosotros. Tenía un horario marcado, del colegio a casa y de casa al colegio sin apenas excepciones, y la verdad es que con ello tenía bastante. Algunas tardes de fin de semana solía ir a casa de Robert para hacer unos vicios, a ambos nos gustaban las consolas y el fútbol. Hablábamos de chicas también, recuerdo a su hermana con total claridad. Una hermosa rubia a quién espiábamos por el ojo de la puerta, bueno no exactamente; Robert se quejaba y llevaba las manos a la cabeza en una mezcla de conmoción y enfado mientras era yo quién la miraba y la memorizaba, me encantaba que mientras se sabía espiada se recrease en sus movimientos, siempre estaba bailando y coqueteando. Pero de quién estaba enamorado realmente era de Blanca, la chica más bonita y pelirroja de la clase. Hay algo en las pelirrojas que me atrae. La vida funcionaba a la perfección y el aire se respiraba limpio. Por aquél entonces, absolutamente todo estaba en su sitio. Tic, tac. Parecíamos suizos y por ello tenía un sinfín de ganas de visitar ese país. Para ver la aldea del orden, me lo imaginaba totalmente pulcro, verde, ancho. Los suizos eran para mí los últimos hombres, los que la evolución debería seleccionar para un mundo mejor. Neutralidad y sobretodo equilibrio. Era mi maná, cuando no me encontraba muy bien o no entendía algo, el simple hecho de pensar en Suiza me alegraba al instante. Si alguna vez tuvieran que encontrarme, de bien seguro que pasearía por alguna de las calles de Berna, Biel o Chur.