Ya de bien pequeño,
Tanto que aún iba yo en mantillas,
(vivíamos en un remoto estado sureño.
Lo tengo claro en el recuerdo)
de mí sólo brotaban mentiras,
Mas siempre, siempre conseguía,
Que todo me creyeran, a pies juntillas.
Fui creciendo y nos mudamos,
Ahora era un adolescente,
Que tozudo;
Seguía yendo a contracorriente.
Mis novias me llamaban cerdo, maldito fulano,
Y hasta una argentina poco condescendiente
Me gritó:
¡Vos sois un boludo!
Cosa que sí me apenó.
Iba haciéndome hombre,
Pero mentira tras mentira,
Todos me veían como a un pobre.
Extenuado me decía:
¡Hoy es el día!,
¡Hoy es el día!
Pero el cambio nunca llegaría.
Éstos, los días, caían como hojas de otoño,
Uno tras otro sin descanso.
Pronto se convertirían en años.
Apenado me vi, solo y sin siquiera un retoño.
A quién dar el legado.
Del ser fracasado.
Veía marchitarse la última flor
Desde la cama esperé la caricia gélida,
Y ni aún muriendo pude decir verdad
Cuando San Pedro me preguntó con bondad:
Hermano, tú que quieres entrar en el cielo
¿Dime primero, acaso fuiste bueno?