miércoles, 28 de octubre de 2009

Retorno

Vuelvo a los orígenes, a cuando leía y releía a Henry Miller y Charles Bukowski. Tarde o temprano debía pasar, es la gotita que siempre queda cuando al acabar de mear te la meneas. Vuelvo, agradecido del viaje hacía mundos oníricos de corto alcance; mis cuentos cortos quedan por el momento abandonados.
Así que retorno al principio, mi constante de elasticidad me ha permitido conocer mundos dispares, y ahora, a la hora del festín, ahora que es el momento de sacrificar a los mejores cerdos y vestirnos con las mejores ropas, vuelvo contento y dichoso a mí mismo, ya que es la única manera en la que quiero y puedo escribir. Podría ir más allá ya que el concepto de escribir veo que se queda corto, con esto quiero decir, que es así como quiero vivir. ¿Cómo? Untándome de entropía. Y es que la contracción ha sido tan fuerte, que he vuelto al inicio justo de toda esta mandanga, estoy en el momento cero de la creación. Ahora voy tirando, llevo mes y medio estudiando y trabajando, me levanto a las seis y media de la mañana, para que con pereza me dé tiempo a llegar a clase al cabo de dos horas. No acostumbro a salir de la cama hasta que no ha pasado una hora desde que sonara el despertador. Es curioso que en la época de mi vida en la que menos duermo, recuerde con más claridad y frecuencia los sueños. Recuerdo uno en particular, y la verdad es que no podía ser más agradable, yo era jovencito, muy niño, y con una alegría desbordante, abría los regalos de navidad. Hete aquí; un despertador de los de antaño, se veía bueno y caro, y justo al lado, un tremendo martillo, para que pudiera deleitarme. Recuerdo que entonces me sentí poderoso, mucho más de lo que pudiese sentirse Thor con el suyo. Pero solo durante el transcurso del día siguiente me doy cuenta de cuan equivocado estaba respecto al ahora maldito regalo; este regalo, el de poder destrozar un despertador, era una flecha envenenada. Estoy seguro de que me consumiría lentamente con su poder. Nunca podría dejar de querer romperlo y al mismo tiempo nunca podría romperlo, el fin; acabar con él, sería renunciar al placer de hacerlo. Siempre he tenido más imaginación que memoria, así que el hecho de poder destrozarlo cualquier día, era mucho más placentero que destruirlo directamente. Qué más da esto ahora, lo que se está apunto de echar a perder, son mis nervios, y cuanto más al límite, más me divierto. No confío mucho en tener una larga vida. Intensa sí, pero larga nunca lo creí.

jueves, 1 de octubre de 2009

Reflejos

Marcos no había hecho nada más aparte de estudiar libros, libros y más libros. Nunca jugó con los demás chicos de su edad, nunca cogió de la mano a una chica, ni pintó un cuadro jamás. De la música solo había leído, nunca antes la escuchó. Pero estaba él satisfecho de sí mismo, pues sabíase como a un genio.

Pensaba el niño estar preparado para enfrentarse a cualquier situación, y salir victorioso. Así que cerró los libros y salió de casa. Se fue al parque a jugar con los demás críos de su edad. Iba tranquilo pues se conocía el reglamento de memoria, sabía de tácticas y estrategias, pero la práctica es una cosa bien distinta, y la primera vez que pudo tocar el balón, al pisarlo se resbalo y se dio de bruces contra el suelo rompiéndose la nariz.

Supo recomponerse, y díjose a sí mismo:

-¡Vaya!, ¡Qué mala pata!, ¡Bueno, un pequeño desliz lo puede tener cualquiera. Y el hecho de que se rían es normal, ¡Menudo batacazo me he metido!, que tontería, en fin voy a probar con otra cosa-.

Y al salir del parque vio un cartel anunciando un concurso de pasteles dos calles más abajo.

-¡Esta sí es mi oportunidad!, ¡Conozco de memoria miles de recetas!, ¡Ahora sí que demostraré que estudiar da sus frutos!-.

Y más contento que unas pascuas se dirigió hacia la casa donde se celebraba el concurso. Tras hacer laboriosamente, tal y cómo los maestros decían en sus libros, su pastel; notábase ganador. Pero ante su sorpresa e incredulidad, vio cómo se premiaba la originalidad, y lastimeramente, él carecía de este factor, pues su receta era bien conocida por todo el jurado, así que el veredicto fue bastante duro, y tildándole de simple y mediocre imitador le echaron del lugar.

Más allá de venirse abajo, admitió su derrota; pues al fin y al cabo como bien dijo, tenían toda la razón. Sabía que no había hecho nada nuevo.

Púsose a buscar entonces otra cosa en la que ser genial.

-Si se de todo, ¿Cómo es posible que lleve cero de dos? Ahora las cosas solo pueden salir bien pues las malas rachas no son eternas, y esto está claro que ha sido mala fortuna, primero me resbalé con el balón, y luego el jurado valoró… Bueno, valoró lo que valoró, ¡Pero seguro que de sabor, mi pastel era el mejor! A mí desde luego me gustaba… ¡Ajá!, ¡Ya sé!, ¡Ya es hora de conquistar a una buena moza!, ¡Bien!, ¡Aquí sí que es imposible fallar!- decíase a sí mismo.

Lo que no sabía Marcos, es que en estos tiempos que corren ya no se destilan las ocurrencias y sentencias que pudo él leer en sus novelas románticas, y cuando empezó a hacer la corte a la primera chica que se cruzó en la calle, ésta pobre se puso a reír de tal forma, que todos los viandantes se giraron en la misma dirección, y al verle actuar y hablar de aquellos modos, pusiéronse todos a reír también.

La chica se le acercó, casi llorando, y le pidió que dejara de hacer el ridículo lo cual no sentó bien a Marcos, y sin comprender el porqué, se fue indignado y pensativo del lugar, alejándose del pueblo y acercándose penosa y vagamente hasta el riachuelo.

Por supuesto que Marcos era un experto en espejos y reflejos, como también lo era en deporte, cocina y en el arte de la seducción, pero como en todo, solo conocía la teoría. En su vida había visto Marcos un espejo, así que al asomarse al río y ver el reflejo, entendió porque era burlado de tal manera por todos; supo que aunque hiciera las cosas bien, aunque fuese el mejor, nunca le aceptarían porque era diferente.

Y pensando en los prejuicios, Marcos se quedó pasmado mirando al cocodrilo que poco a poco se acercaba, y sin tener tiempo para reaccionar, fue masticado y engullido por lo que él pensaba que era su reflejo.