Marcos no había hecho nada más aparte de estudiar libros, libros y más libros. Nunca jugó con los demás chicos de su edad, nunca cogió de la mano a una chica, ni pintó un cuadro jamás. De la música solo había leído, nunca antes la escuchó. Pero estaba él satisfecho de sí mismo, pues sabíase como a un genio.
Pensaba el niño estar preparado para enfrentarse a cualquier situación, y salir victorioso. Así que cerró los libros y salió de casa. Se fue al parque a jugar con los demás críos de su edad. Iba tranquilo pues se conocía el reglamento de memoria, sabía de tácticas y estrategias, pero la práctica es una cosa bien distinta, y la primera vez que pudo tocar el balón, al pisarlo se resbalo y se dio de bruces contra el suelo rompiéndose la nariz.
Supo recomponerse, y díjose a sí mismo:
-¡Vaya!, ¡Qué mala pata!, ¡Bueno, un pequeño desliz lo puede tener cualquiera. Y el hecho de que se rían es normal, ¡Menudo batacazo me he metido!, que tontería, en fin voy a probar con otra cosa-.
Y al salir del parque vio un cartel anunciando un concurso de pasteles dos calles más abajo.
-¡Esta sí es mi oportunidad!, ¡Conozco de memoria miles de recetas!, ¡Ahora sí que demostraré que estudiar da sus frutos!-.
Y más contento que unas pascuas se dirigió hacia la casa donde se celebraba el concurso. Tras hacer laboriosamente, tal y cómo los maestros decían en sus libros, su pastel; notábase ganador. Pero ante su sorpresa e incredulidad, vio cómo se premiaba la originalidad, y lastimeramente, él carecía de este factor, pues su receta era bien conocida por todo el jurado, así que el veredicto fue bastante duro, y tildándole de simple y mediocre imitador le echaron del lugar.
Más allá de venirse abajo, admitió su derrota; pues al fin y al cabo como bien dijo, tenían toda la razón. Sabía que no había hecho nada nuevo.
Púsose a buscar entonces otra cosa en la que ser genial.
-Si se de todo, ¿Cómo es posible que lleve cero de dos? Ahora las cosas solo pueden salir bien pues las malas rachas no son eternas, y esto está claro que ha sido mala fortuna, primero me resbalé con el balón, y luego el jurado valoró… Bueno, valoró lo que valoró, ¡Pero seguro que de sabor, mi pastel era el mejor! A mí desde luego me gustaba… ¡Ajá!, ¡Ya sé!, ¡Ya es hora de conquistar a una buena moza!, ¡Bien!, ¡Aquí sí que es imposible fallar!- decíase a sí mismo.
Lo que no sabía Marcos, es que en estos tiempos que corren ya no se destilan las ocurrencias y sentencias que pudo él leer en sus novelas románticas, y cuando empezó a hacer la corte a la primera chica que se cruzó en la calle, ésta pobre se puso a reír de tal forma, que todos los viandantes se giraron en la misma dirección, y al verle actuar y hablar de aquellos modos, pusiéronse todos a reír también.
La chica se le acercó, casi llorando, y le pidió que dejara de hacer el ridículo lo cual no sentó bien a Marcos, y sin comprender el porqué, se fue indignado y pensativo del lugar, alejándose del pueblo y acercándose penosa y vagamente hasta el riachuelo.
Por supuesto que Marcos era un experto en espejos y reflejos, como también lo era en deporte, cocina y en el arte de la seducción, pero como en todo, solo conocía la teoría. En su vida había visto Marcos un espejo, así que al asomarse al río y ver el reflejo, entendió porque era burlado de tal manera por todos; supo que aunque hiciera las cosas bien, aunque fuese el mejor, nunca le aceptarían porque era diferente.
Y pensando en los prejuicios, Marcos se quedó pasmado mirando al cocodrilo que poco a poco se acercaba, y sin tener tiempo para reaccionar, fue masticado y engullido por lo que él pensaba que era su reflejo.
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