miércoles, 29 de septiembre de 2010

Al tema 3

"Este tipo es un muermo,
mejor te leo del revés a ver si no me duermo".

Arrugas en la frente:

"Tras el lente se esconde,
su mirada ausente.

Se preguntará;
¿Qué le pasa a este ente?

Y al afirmar acertará
que algo me preocupa".

Hambre

"Su bigote amigajado,
guarda el bien más preciado".

jueves, 23 de septiembre de 2010

Mals de cap.

Tornava o intentava tornar cap a casa. Sent estrictes direm que estava tornant cap a casa, quan vaig notar un rebombori general dins el meu ventre. Tota la zona que formarien estòmag i intestins es mogué bruscament sense previ avís. La veritat és que de sobte, va tremolar de dalt abaix, i vaig recordar les classes de biologia sobre músculs llisos. Però el fet de que em fés un dolor quasi bé insoportable em va portar a pensar que probablement fòs quelcom diferent a la lliure contracciò de segons quins músculs rebels. I vaig tararejar Rebel, Rebel de David Bowie mentre caminava cap al transport públic. No m’haguès preocupat si la dansa de la pluja dins la meva panxa s’haguès aturat prudencialment, però notava que dins meu s’estava fent una festa d’aquestes que són ben molestes pels veïns i sembla que no hagin de parar en tota la nit. Em vaig haver de posar les mans al ventre per intentar transmetre calor i seguretat a la zona del conflicte, com l’adolescent que necessita comprensió i una mica d’afecte. Vaig recordar un taxista dels que em duien a l’hospital, qui assegurava que amb el calor i la consciencia, podies curar qualsevol enfermetat. A vegades quan tinc fred i em fa mal el genoll em poso la mà i intento canalitar tota l’energia cap a la ròtula, que sol ser el focus del dolor, i me’n recordo del taxista. Però aquest cop era contraproduent. Al contacte físic, els inquilins que ballaven i debien estar destrossant tots els mobles del meu interior, s’esbravaren encara més, i les terribles contraccions es repetiren sense descans. Vaig començar a suar. Era una suor tètricament freda, i estic segur que la meva cara s’estava descomposant per moments. Notava a la punta de l’anus l’aglomeració de la festa que s’estaven muntant pel meu sistema digestiu. Debia de tenir tants ocupes malparits allí dins, que ja no hi deurien cabre, però encara em faltava un munt per arribar al ferrocarril, per no parlar de la eternitat que em separava de casa. No tenia altre remei que entrar a un hotel i deixar-los sortir a tots. Expulsar-los fins que no quedes ningú a dins. A cops de bastó si s’esqueia. Així que vaig entrar a un i em van dir que no podia fer servir el lavabo si no era client. Al segon intent, sort que pel carrer Pelai hi ha hotels cada tres metres, em van dir el mateix que en el primer lloc però en anglès, i amb males maneres em van fer fora. Al tercer hotel no vaig entrar fins que el recepcionista desaparagué providencialment per a mí del mostrador, i em deixès vía lliure. Vaig entrar disparat com una fletxa però em va costar cinc minuts de laberíntics passadisos i escales d’escher trobar el lavabo. Al mirar-me al mirall vaig veure a un home demacrat i en part vaig entendre als dos recepcionistes anteriors. Però jo no era aquell monstre cadavèric que es reia de mí desde el mirall. No, jo era un jove ben plantat amb un atac trement d’estrenyiment o vés a saber què era. He de dir que tot i el sobtament, vaig parar-me poca estona davant la imatge d’ultratomba i vaig seure al lavabo aviat, suficient com perque abans de notar el contacte de les natjes amb la taça, ja sortís tota la merda que duia a dins. Van caure tots, l’un rere l’altre fins deixar la casa buida. Extenuat li vaig volguer donar un cop d’ull a la meva cria, i nomès de veure el monstre que m’havia ocupat fins aleshores, em vaig desmaiar i em vaig obrir el cap al caure malament a terra sobre un sortint. Ara se m’acusa de que una criatura enorme i lletja estigui atemoritzant la ciutat mentjant-se als nens i nenes petites mentre cada cop es fa més gran. I jo ara, ple de morfina desde el meu llit d’hospital, amb mig sistema digestiu desgarrat i pràcticament desagnat del tot, he de prestar declaració. Així que, firmado pero no leído.

Always look on the bright side of life

Em va consolar la idea de saber que probablement no estiguès gras, sinò que la meva amplada era producte d’una inflamació en el sistema digestiu, derivada de la malaltia que arrossego desde fa més de deu anys. Déu m’en guardi. Ara sóc més feliç perquè quan baixi la inflamació sé que baixarà la panxa. La veritat es que a vegades me la miro i penso que no em queda tant malament. Però és difícil de fer-li entendre el mateix al sexe femení. Si no fòs perque sóc un enamorat del sexe no m’importaria. Però alto. No confonguem conceptes, que m’agradi el sexe no vol dir que m’agradi que em fotin un tub pel recte per veure com tinc els intestins i decidir, a partir d’aquí; quin tractament usar. No, no, no, no. Ni en broma. Que m'hagin de fer una colonoscopia no es que em faci molta il·lusió, però ben cert sé que és, que la vida és un regal, i com a tal l’hem de veure amb bons ulls. Always look on the bright side of life. Així que estaré content d’estrenar panxa quan em canviin la medicina. I aniré a la platja i lluiré tipín.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Capítulo tercero:

Bien sabía, aún empeñándome en creer lo contrario, que la presencia del hombre magno y el hallazgo de los zapatos infernales estaban estrechamente relacionados. Lo que no supe ver fue el porqué. Al igual que los niños pequeños, necesito saber el porqué; siempre. Pero bien hay veces en los que quizá mejor mantenerse al margen. Y así fue durante los días que siguieron. Me propuse olvidar este incómodo asunto. Los primeros días hacía vida normal, seguía yendo a la facultad, iba a clase y charlaba con la gente. Aunque tuviera en la cabeza la imagen impertérrita de la taquilla guardando los zapatos diabólicos, intenté disimular todo lo bien que pude. Pero esta coraza me duró apenas tres días. Al igual que el corazón delator, yo oía latir a mi taquilla, y cada nuevo latido era más potente que el anterior. Rezumbaba en mi cabeza el estallido metálico de la puerta al latir, y un dolor frío y agudo se apoderó de mi cuerpo creándome un malestar general insoportable, y con ello; una transformación decadente en mi humor, hasta el punto que por pequeño que fuera, cualquier detalle me irritaba. Las conversaciones de las viejas en el bus me removían la bilis estomacal, el saludo intrascendente del compañero de turno era una patada en el estómago, y así poco a poco con todo lo que me rodeaba. Y lo peor por supuesto, seguían siendo los latidos enormes.

Al tercer día me encerré en casa y no me atreví a salir, pero el ruido de los vecinos se me metía y perforaba el tímpano, y las obras que hacía años que duraban nunca me parecieron tan abominables. Era tal mi desesperación, que me subió la fiebre y tuve que guardar cama durante dos días seguidos sin más alimento que agua y manzana en cuentagotas, tampoco tenía fuerzas para nada más. Entre delirio y delirio sudé mucho, y reconozco que eso me fue bien. De fábula vaya. Exteriormente tal vez pasaría desapercibido en una funeraria, pero a pesar de mi apariencia esquelética y magullada por unas ojeras interminables, me sentí con fuerzas renovadas para volver a empezar y coger el toro por los cuernos, así que decidido me acerqué a esa pesadilla de cubilete para comprobar por mi cuenta que en mi sano juicio, ese calzado nunca existió, y que no fue más que una pequeña alucinación provocada por la incubación de la enfermedad que días después me tuvo en cama guardando reposo. Y si resulta que eran de verdad, pues mejor para mí porque el recuerdo es que eran unos muy buenos zapatos, así que una vez aseado y vestido me dirigí a la universidad.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Capítulo segundo

Salí descompuesto del retrete, temiendo encontrarme al fantasma aunque sabía que estaba totalmente solo. Me miré al espejo y no me reconocí, que viejo y asustado parecía. Y todo por ese repiquetear de las suelas de los zapatos infinitos. Al recordarlo, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, lo noté y me giré con la sensación de tenerle justo detrás pero para alivio mío seguía sin haber nadie allí. Creí haberme vuelto loco, y más cuando en el retrete del que acababa de salir asomaban unos zapatos inmensos. Unos zapatos pulcramente lustrados que brillaban pese a la oscuridad incluso, un estilo simple y clásico, negros azabache. Me quedé hipnotizado. Y hasta al cabo de unos segundos no me di cuenta de que lo que estaba viviendo era un disparate, era imposible, yo acababa de salir de ese mismo retrete, recuerdo haber dejado la puerta abierta y al cuarto de baño no había entrado nadie, y aún con todo; la puerta del retrete estaba cerrada y asomaban unos imperiales zapatos de cordones para hombre que me miraban fijamente. Me acerqué sin hacer el menor ruido hasta escasos centímetros de la puerta, y haciendo acopio de valor di un puntapié a la puerta, la cual cedió sin oponer resistencia, pero para mi asombro no encontré nada más que los zapatos en el suelo, perfectamente ordenados. Estaban esperándome. No había nadie allí dentro más que ellos. Ahora ya sí que no entendía nada, así que dubitativo pero decidido me incliné y los cogí para ver si se evaporaban ellos también al tacto, pero no; su tacto atravesaba mi piel y viajaba acompañando a mi sangre por todo el cuerpo, los noté hasta en la punta de las pestañas y en los dedos de los pies, me da vergüenza admitirlo pero hasta tuve una erección. Esos zapatos trascendían a los sentidos, el olor que desprendían era de poderío y hasta, sin saber porqué, me los llevé a la boca y los lamí de arriba abajo. Estaba totalmente fuera mí, me quité mis maltrechos zapatos y me enfundé los nuevos alzándome como nunca. Me sentí más ligero que nunca y noté una sensación de libertad demasiado exagerada para unos simples zapatos, por a o por b, tuve un momento de lucidez, volví del mundo de los sueños una fracción de segundo necesario para darme cuenta de lo que estaba haciendo, y me horroricé al verme disfrutar como nunca con unos zapatos, el hecho de que nunca antes hubiera disfrutado tanto en mi vida ni vestido ni desnudo me asustó y decidí quitármelos enseguida y cerrarlos bajo llave. Esos zapatos los calza el mismísimo Diablo me dije, e intenté olvidarlos en el fondo de mi taquilla.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Capítulo primero:

Mis zapatos no relucían, más bien estaban algo gastados y ensuciados por la lluvia pues llevaba dos días sin dejar de llover en Barcelona, pero es lo único que se podía ver de mí por debajo de la puerta del retrete. Como cada día, me entró un apretón habiendo comido y debí hacerle una visita al señor Roca sobre las tres y media del mediodía. Así que estando solo, porque a esa hora toda la facultad tiene clase, encerrado en mi váter leyendo varios y absurdos mensajes políticos pintados en la pared de la puerta por cualquier estudiante con ganas de perder el tiempo; oí los pasos más profundos y espeluznantes que jamás hubiera escuchado nunca un ser humano. Cada paso, y no fueron muchos, pero cada rotundo paso de quién estuviese fuera, empequeñecía mi alma. Nunca antes me fijé en la acústica de la habitación, pero estoy segurísimo que unas pisadas tan profundas no se debían a la buena disposición de los objetos en la habitación con tal de encerrar en ella y aumentar con grandeza los ruidos que se produjeran. No, esos pasos eran el inicio de algo extraordinario. Eran el anuncio, el preludio del apocalipsis. Se me fue helando la sangre por momentos, y hasta tuve miedo. Aguanté la respiración imaginando el poderío del hombre cuyo andar me estaba fascinando. El bello de todo el cuerpo se me erizó, y no se oía nada más que aquellos pasos taladrantes. Reconocí todos los ruidos; el pomo de la puerta girando, la misma puerta chirriando, los pasos, cuatro, hasta el grifo de la pica, que lo giró y el agua brotó de él a borbotones. Incluso todos estos ruidos parecían más vivos que nunca, ruidos en los que nunca me había fijado pero que ahora conocía a la perfección y que me aterrorizaban. Siguieron los ruidos, las manos debajo del agua interfiriendo en la caída natural de la misma, las gotas salpicando en el lavadero, y cómo el misterioso individuo se proveyó de jabón, untándose las manos y frotándoselas con vehemencia como si su vida dependiera de ello, oí el grifo volviendo a su posición cero y de nuevo los pasos, escudriñando todo el servicio y parando enfrente de mi puerta. La única que debía estar cerrada y de la que debían asomar unos zapatos más que usados. Fue en este momento en que debí quedarme sin pulso, podía notar la respiración también exagerada del hombre al otro lado. Él sabía que yo estaba acojonado, tan acojonado que no podría acabar de cagar. Pero entonces desapareció. Me quedé perplejo. Tras unos segundos eternos, el hombre se esfumó. De repente y sin previo aviso no oí ni sentí nada más. Muchas veces sabes que hay alguien por su presencia, y cuando él se plantó enfrente de mi puerta, note una fuerza mística, una complicada relación de amor, odio y terror. Pero como os digo; de golpe desapareció y no volví a oír sus pasos ni el pomo de la puerta ni la puerta misma. Todo volvió inquietantemente a la normalidad y me pregunté si realmente había o no sucedido nada de esto. Pero fue tan real que deseché la posibilidad de que me hubiera quedado dormido. Ese hombre existía y me juré que le encontraría con una única idea fija en la cabeza. Dar muerte a esa pesadilla.