Animado subía las escaleras el azaroso destino de M. seguido de los pasos del mismo; de quién hablaba la gente que se le avistaban síntomas de ansiedad, de que andaba algo abstraído M. en estos últimos meses.
Ajeno como siempre a todo, M. jugaba a imaginar qué hallaría al final de su ascensión, y así; aumentando la anchura de sus zancadas a cada paso; se acercaba más y más a la desconocida pero anhelada meta.
M. era de sudar mucho siempre. En casa era bien sabido que los días en los que había sopa para comer, M. era siempre el último en acabar pues su sudor le llenaba el plato una y otra vez. Parecía mentira que no se diera cuenta de ello pero así era por exagerado que parezca. Una vez estuvo horas con el mismo plato sin percatarse que lo que se llevaba a la boca era su propio sudor, una y otra vez. En cambio en esta ocasión, a pesar de la emoción y del esfuerzo físico que significaba ir dejando los ya incontables peldaños atrás, no le caía ni una gota de sudor a M., pero tan exaltado como estaba no dio cuenta de este particular hecho y siguió avanzando sin pausa por la tremenda escalera.
-Ya queda poco, ya queda poco- se decía a sí mismo en modo de ánimo; y fue entonces que a la mitad del camino, M. paró de golpe y se quedó quieto en medio de la inacabable escalera. Por una vez en la vida puso atención a lo que estaba haciendo, y parado como estaba giró sobre sí mismo como quién busca algo. Miró alrededor y se preguntó qué era lo que estaba haciendo allí, e intentó recordar el porqué de las ansias de llegar. Y no sólo eso, sino que se preguntó también qué era y dónde estaba esta escalera infinita. Confundido, no supo encontrar una buena respuesta, y se preguntó entonces si valía la pena seguir subiendo, o si por el contrario lo que tenía que hacer era bajar y volver a casa en dónde de bien seguro le deberían estar esperando. Pero sin saber porqué, la idea de bajar le aterró. Intentó recordar vehementemente en qué momento empezó a subir la escalera pero no halló recuerdo de ello.
No lo recordaba, él simplemente la subía. Quizá fuera por haber subido tanto, que ya no recordaba el primer peldaño. Quizá estuviera soñando. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde el primer escalón? Tal vez habría enloquecido sin darse cuenta. Todo esto formaba parte de los pensamientos desordenados que se abultaban en su cabeza.
Dirigió su mirada repetidas veces tanto arriba como abajo y pensó: –Ya que he llegado hasta aquí, debería al menos acabar de subir todos los peldaños y así, si no encuentro nada arriba, siempre puedo volver. Pero también es verdad que estoy un poco cansado… Podría recogerme sobre mis pasos y llegar a casa directo sin mayor preocupación…- aunque instintivamente, esta segunda opción le parecía terrorífica.
Mientras, seguía de pie mirando por el hueco de la escalera ahora. No se veía absolutamente nada. No había reparado M. en la oscuridad envolvente que rodeaba toda la escalera. Únicamente si ponía mucho empeño en forzar la vista, llegaba a ver una pequeña luz arriba del todo. Así que sin quedarle más remedio, llegó a la conclusión de estar soñando.
Pensó: -Si no recuerdo cómo empecé a subir la escalera, ni porqué, ni qué me espera arriba, ni dónde estoy, es que debo de estar soñando- así que para salir de allí, puesto que ya le empezaba a parecer cansino el sueño, decidió coger carrerilla y saltar por el vacío del hueco de la escalera, pero al tirar hacia atrás por el peldaño, notó un crujido espeluznante, a lo que se volvió rápidamente sobresaltado. Pisó unos huesos, agudizó la vista y vio que había un esqueleto de forma humana allí sentado en la escalera y se sobresaltó.
-¿Y este?, ¿Qué Diablos hace aquí?- Sin saber porqué le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo y pensó que tirarse por el hueco quizá no fuera tan buena idea.
Al final, desconcertado y agotado tomó una decisión. Cogió el paquete de cigarros del bolsillo, le prendió fuego a uno y aspiró hondamente mientras se sentaba justo al lado del esqueleto. Y cuando dejó ir el humo le vinieron fugaces recuerdos que se diluían entre los dedos esqueléticos del mismo.
Se vio enfundado en una bata de las que te dejan el culo al aire, estaba en una camilla de hospital, su mujer le asía la mano mientras escuchaba con los ojos vidriosos al médico. Éste a su vez les daba la noticia: - Más vale que se despida de su mujer, y que muestre serenidad delante de sus hijos. Si quiere un sacerdote no tiene más que decirlo-.
Se quedó patidifuso M. con este recuerdo, y ya con plenas facultades y temiéndose lo peor miró la cajetilla de cigarrillos y leyó: Fumar puede matar.