viernes, 10 de octubre de 2008

De la superación

¡Uy la Virgen!, ¡Que casi me ahogo!
No recuerdo nada en particular, ni donde estaba ni que hacía ni con quién iba.
Seguramente estuviese solo en ninguna parte haciendo nada.
Lo único que se es que de repente me costó más de lo normal seguir respirando, y al expirar, notaba el aire bien calentito que luchaba por salir y un cosquilleo en el bigote.
Me asusté un poco, hasta que descubrí la raíz del problema.
De mi nariz, que nunca antes asomó un pelo, ahora aparecían lo que parecían cascadas capilares, una enorme masa caía de cada uno de los orificios.
Hasta me podía hacer trencitas si quería, por supuesto lo probé.
La asfixia era cada vez mayor, y en un momento los horribles pelos me llegaron hasta los hombros.
Entre sudores y respiraciones entrecortadas pensé que sería difícil volver a poder hablar en público, aunque ya ni hablar, salir a la calle con semejante deformidad se me presentaba como un suplicio.
Y mientras tonto en un momento ya estaban a la altura del ombligo.
¿Qué voy a hacer, que voy a hacer? Pobre de mí, si no he hecho daño a nadie, que diablos significa, ¿Acaso lo merezco?
Me pareció una broma de mal gusto todo este asunto, y justo cuando más me costaba respirar, cuando ya me los pisaba, los pelos, y cuando el oxígeno se notaba por su ausencia, me iluminé como nunca.
Tuve una revelación.
Y me reí.
¡Jajaja!
Como siempre la solución más sencilla suele ser la mejor, o la mejor solución suele ser la más simple, como guste.
¡Jajaja!
Arrea, ¿Dónde están las tijeras?
Y dicho y hecho, cogí las tijeras, y mientras seguía riendo como nunca los corté de raíz.
¡Jajaja!
¿Y ahora?, ¿Qué hago yo con esto?, decía mientras los blandía en el aire.
Estaba eufórico, mi sagacidad me embriagó.
Entonces en medio de la alegría, alcé los manojos y les prendí fuego.
¡Jajaja!
¡Y pese a todo, encima me alumbrarán!

viernes, 3 de octubre de 2008

El reloj

Tengo miedo de la hora.
No quiero mirar el reloj pero no consigo quitármelo de encima.
Oigo el inacabable tic tac, lo siento, son mis palpitaciones y me llegan hasta la cabeza.
Y mientras tanto el tiempo corre.
Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac…
El maldito reloj de pared pretende volverme loco.
Y por si fuera poco, no cesará. Nunca, nunca más.
Tan majestuoso y a la vez tan cruel.
¡Detente!, ¡Detente, maldito seas!, ¡Detente!
Pero la única respuesta que recibo es otra vez el incesante tic tac.
Tic, tac.
Me acurruco con mi manta deshilada en el rincón más arrinconado de la habitación. Cual animal de bola. Un frío azul traspasa las cortinas y llena el cuarto de una helada penumbra. Estoy débil y febril, largo tiempo llevo así, con sudores fríos y taquicardias.
Escalofrío y angustia.
Y más tic tac.
Oigo a un pájaro posarse en una de las ramas del árbol de la acera.
Mi memoria no me miente, el sonido es indudablemente de cuervo.
Sabe que estoy asustado, y se ríe de mi pavor.
¡¿Con que pretendes saberlo todo eh, cuervo infernal?!
¡No te me llevarás contigo!
¡Te sobreviviré!
Y acto seguido me levanté con decisión, no sin tambalearme pues tiempo ha que estaba reprimido en la esquina más oscura de la habitación.
Cogí el primer objeto contundente que encontré en el escritorio, un busto de Alfonso décimo y me puse en marcha hacía el reloj para destruirlo.
Con andares pesados conseguí llegar hasta la mitad del camino, pero el tic tac y la risa del cuervo se hacían cada vez más fuertes, eran venenos para mí, sudaba y temblaba como nunca y me fijé que a medida que me acercaba, el reloj aumentaba su tamaño, era enorme, descomunal, monstruoso.
A cada paso que daba, él se hacía el doble de grande. Y el péndulo se balanceaba amenazante, parecía que me sacase la lengua y se burlase. Me paralizó.
El tic tac ahora convulsionaba todo mi cuerpo, el cuervo se posó en mi cabeza y me la empezó a picotear, no me importó, ni lo noté.
Se me cayó entonces el busto y se rompió.
El hechizo del reloj me absorbió por completo.
El tic tac rebotaba por todo mi interior, noté como me explotaba una sien.
Caí al suelo de rodillas ante semejante presencia y las arcadas se abalanzaron una tras otra, vomité entonces sin parar hasta ahogarme en él, en mi propio vomito.

miércoles, 1 de octubre de 2008

AniMales Domésticos

Luego está la madre, es la mula de carga, el pilar inagotable que aguanta esta familia. Aunque está algo resquebrajado pues ella misma dinamitó su propia casa y envió a su marido a tomar por el culo, y con él, a su primogénito. Pero si ella desapareciese la familia se derrumbaría. La aguanta como puede, hace auténticos malabarismos. Va a comprar, hace la comida para sus hijos, para sus padres, limpia también las dos casas, tiene que cambiar el pañal al abuelo, debe discutir día sí día también con su madre hasta que acaban tirándose los platos a la cabeza. Organiza todos los eventos familiares, obligando a sus hermanos a que hagan visitas esporádicas a los yayos, es la que se queda todas las noches en el hospital cuando a uno de los abuelos le operan de cualquier mal. Ahora sí, supongo que la culpa la reconcome y que esto solo lo hace para quedarse tranquila ya que nunca trabajó en nada, y sus padres le pagaron el piso, le ayudaron siempre que tuvo cualquier tipo de problema. Una existencia de lo más simple, nunca hizo nada por sí misma. Al nacer los niños decidió (durísima decisión, ¡ojala yo pudiese hacerlo también!) quedarse en casa para cuidar de los bebés. Fue la típica mujer florero hasta la menopausia donde con el cambió hormonal decidió cambiar también el panorama deprimente que por aquel entonces reinaba bajo su techo, el marido igual que su suegro, amante de las mujeres, siempre estaba de viaje, fuera, y los niños que ya eran adolescentes se estaban descarriando. La familia necesitaba un golpe de efecto, ella misma necesitaba sentirse importante también. Aunque el principal motivo seguramente fue su amante del que nadie tenía conocimiento.