miércoles, 15 de septiembre de 2010

Capítulo segundo

Salí descompuesto del retrete, temiendo encontrarme al fantasma aunque sabía que estaba totalmente solo. Me miré al espejo y no me reconocí, que viejo y asustado parecía. Y todo por ese repiquetear de las suelas de los zapatos infinitos. Al recordarlo, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, lo noté y me giré con la sensación de tenerle justo detrás pero para alivio mío seguía sin haber nadie allí. Creí haberme vuelto loco, y más cuando en el retrete del que acababa de salir asomaban unos zapatos inmensos. Unos zapatos pulcramente lustrados que brillaban pese a la oscuridad incluso, un estilo simple y clásico, negros azabache. Me quedé hipnotizado. Y hasta al cabo de unos segundos no me di cuenta de que lo que estaba viviendo era un disparate, era imposible, yo acababa de salir de ese mismo retrete, recuerdo haber dejado la puerta abierta y al cuarto de baño no había entrado nadie, y aún con todo; la puerta del retrete estaba cerrada y asomaban unos imperiales zapatos de cordones para hombre que me miraban fijamente. Me acerqué sin hacer el menor ruido hasta escasos centímetros de la puerta, y haciendo acopio de valor di un puntapié a la puerta, la cual cedió sin oponer resistencia, pero para mi asombro no encontré nada más que los zapatos en el suelo, perfectamente ordenados. Estaban esperándome. No había nadie allí dentro más que ellos. Ahora ya sí que no entendía nada, así que dubitativo pero decidido me incliné y los cogí para ver si se evaporaban ellos también al tacto, pero no; su tacto atravesaba mi piel y viajaba acompañando a mi sangre por todo el cuerpo, los noté hasta en la punta de las pestañas y en los dedos de los pies, me da vergüenza admitirlo pero hasta tuve una erección. Esos zapatos trascendían a los sentidos, el olor que desprendían era de poderío y hasta, sin saber porqué, me los llevé a la boca y los lamí de arriba abajo. Estaba totalmente fuera mí, me quité mis maltrechos zapatos y me enfundé los nuevos alzándome como nunca. Me sentí más ligero que nunca y noté una sensación de libertad demasiado exagerada para unos simples zapatos, por a o por b, tuve un momento de lucidez, volví del mundo de los sueños una fracción de segundo necesario para darme cuenta de lo que estaba haciendo, y me horroricé al verme disfrutar como nunca con unos zapatos, el hecho de que nunca antes hubiera disfrutado tanto en mi vida ni vestido ni desnudo me asustó y decidí quitármelos enseguida y cerrarlos bajo llave. Esos zapatos los calza el mismísimo Diablo me dije, e intenté olvidarlos en el fondo de mi taquilla.