sábado, 11 de septiembre de 2010

Capítulo primero:

Mis zapatos no relucían, más bien estaban algo gastados y ensuciados por la lluvia pues llevaba dos días sin dejar de llover en Barcelona, pero es lo único que se podía ver de mí por debajo de la puerta del retrete. Como cada día, me entró un apretón habiendo comido y debí hacerle una visita al señor Roca sobre las tres y media del mediodía. Así que estando solo, porque a esa hora toda la facultad tiene clase, encerrado en mi váter leyendo varios y absurdos mensajes políticos pintados en la pared de la puerta por cualquier estudiante con ganas de perder el tiempo; oí los pasos más profundos y espeluznantes que jamás hubiera escuchado nunca un ser humano. Cada paso, y no fueron muchos, pero cada rotundo paso de quién estuviese fuera, empequeñecía mi alma. Nunca antes me fijé en la acústica de la habitación, pero estoy segurísimo que unas pisadas tan profundas no se debían a la buena disposición de los objetos en la habitación con tal de encerrar en ella y aumentar con grandeza los ruidos que se produjeran. No, esos pasos eran el inicio de algo extraordinario. Eran el anuncio, el preludio del apocalipsis. Se me fue helando la sangre por momentos, y hasta tuve miedo. Aguanté la respiración imaginando el poderío del hombre cuyo andar me estaba fascinando. El bello de todo el cuerpo se me erizó, y no se oía nada más que aquellos pasos taladrantes. Reconocí todos los ruidos; el pomo de la puerta girando, la misma puerta chirriando, los pasos, cuatro, hasta el grifo de la pica, que lo giró y el agua brotó de él a borbotones. Incluso todos estos ruidos parecían más vivos que nunca, ruidos en los que nunca me había fijado pero que ahora conocía a la perfección y que me aterrorizaban. Siguieron los ruidos, las manos debajo del agua interfiriendo en la caída natural de la misma, las gotas salpicando en el lavadero, y cómo el misterioso individuo se proveyó de jabón, untándose las manos y frotándoselas con vehemencia como si su vida dependiera de ello, oí el grifo volviendo a su posición cero y de nuevo los pasos, escudriñando todo el servicio y parando enfrente de mi puerta. La única que debía estar cerrada y de la que debían asomar unos zapatos más que usados. Fue en este momento en que debí quedarme sin pulso, podía notar la respiración también exagerada del hombre al otro lado. Él sabía que yo estaba acojonado, tan acojonado que no podría acabar de cagar. Pero entonces desapareció. Me quedé perplejo. Tras unos segundos eternos, el hombre se esfumó. De repente y sin previo aviso no oí ni sentí nada más. Muchas veces sabes que hay alguien por su presencia, y cuando él se plantó enfrente de mi puerta, note una fuerza mística, una complicada relación de amor, odio y terror. Pero como os digo; de golpe desapareció y no volví a oír sus pasos ni el pomo de la puerta ni la puerta misma. Todo volvió inquietantemente a la normalidad y me pregunté si realmente había o no sucedido nada de esto. Pero fue tan real que deseché la posibilidad de que me hubiera quedado dormido. Ese hombre existía y me juré que le encontraría con una única idea fija en la cabeza. Dar muerte a esa pesadilla.

1 comentario:

Shakespirit dijo...

¿Quién es el hombre? ¿Quién será? ¿Quién será? No hay prisa, pero espero un nuevo capítulo